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  • Foto del escritorG.G Melies

El robot que se enamoró de una máquina de escribir.

Actualizado: 26 jul 2020

La vio hermosa y solitaria sobre un determinado banco en una populosa y transitada plaza, y sabiendo perfectamente el resultado posible en un complejo algoritmo de indiferencia humana, ante la visión de lo que representaba ese cuadro completo a mediados del siglo XXI, se sentó a su lado.

No emanaba energía, algo que le extrañó no provenir de una máquina. Lucía fría y altanera, y tal vez por ello se encontraba sola. Toda su manufactura lo seducía. Cargaba una hoja de papel recién puesta sobre el carrete, y la vestía con estilo, cayendo movida con gracia por la brisa de la tarde soleada, como el blanco vestido de una bella señorita humana frente al altar. Debía mirarla… y ese auto conocimiento lo sorprendió.

Esperó y esperó, pero nadie se aproximó. Nadie siquiera posó su vista en ella y esa tragedia de invisibilidad le dio valor para acercarse practicando su movida para tal vez… tocarla. Ella le resultaba curiosa, exótica; pero por sobre todos los adjetivos que su base de datos pudiera arrojar en sus múltiples análisis, el que resaltaba una y otra vez era, “única”. Permisiva, no le quitó la mano atrevida, no se movió de su lugar, en esa pasividad parecía como si le gustase que la tocaran, que las manos recorrieran su forma, con la dicotomía de sus ergonomías, ángulos rectos y vacíos abruptos. Pudo imaginarla cerrando los ojos, plácida al sentirse acariciada de nuevo, preguntándose… -¿Serán estas frías manos al final de mi vida útil las que me provocarán una obra maestra? ¿O moriré sin más... en alguna vereda, en algún basurero, fundida en el fuego? ¿Seré armas, balas? ¿Atravesaré mentes, pechos y corazones en otra trágica manera?

Como a dinosaurios pesados que pastaban apacibles devorando hojas, el asteroide de la extinción masiva se llevó a su especie. Y ante los ojos de los mamíferos que disfrutaban los frutos que caían de sus bocas, se desplomaron una a una sin que nada pueda hacerse. La naturaleza decidió, no eran un diseño óptimo para la vida.

Se fueron juntos… mientras él caminaba, ella iba cobijada bajo su hombro.

La vida es el líquido lixiviado en el basurero de fallidos de la química y la física.

G.G. Melies.


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