top of page
Buscar
  • Foto del escritorG.G Melies

Me enamoré de una ET del planeta COVID-19

Actualizado: 17 jun 2020

(Un cuento de cuarentena) Por G.G. Melies Todos los derechos reservados. a los contagiados estigmatizados y perseguidos. Citas. “Uno tiene que mantenerse borracho de escritura para que la realidad no lo destruya. Porque escribir facilita las recetas adecuadas de verdad, vida y realidad, que permiten comer, beber y digerir sin hiperventilarse y caer en la cama como un pez muerto.” “Así que, si el arte no nos salva, como desearíamos, de las guerras, las privaciones, la envidia, la codicia, la vejez ni la muerte, puede en cambio revitalizarnos en medio de todo.” Del libro “Zen en el arte de escribir” Ray Bradbury. ________________________ Me enamoré de una ET

del planeta COVID-19. Mi padre, en esas noches oscuras sin estrellas en el llano, ante la insistencia de la miedosa de mi madre, solía validar más la sapiencia de los grillos que la de los compulsivos perros. “–El grillo depura la atmósfera a nuestros sentidos advirtiéndonos con supremo silencio; en cambio los perros, con sus malditos ladridos lo embarran todo al punto que no sabemos cuándo la amenaza es real.” Así que cuando el grillo hizo un silencio abrupto, todo mi temor se materializó en la enseñanza de mi padre; lo que oía afuera, del otro lado de la puerta, era bien real, no fruto temeroso de mi imaginación ya por demás turbada en ese momento. Yo no había ni respirado, ni una gota de sudor se animó a ser derramada por mi sien y clickear reventando contra el suelo en el vacío sideral de esa inminente noche. Yo con maestría intuitiva de preservación, como una total paradoja corporal, contuve cada gota, cada exhalación y emisión de sonido de mi tiritante e incontrolable cuerpo. Eso solo en lo que respecta a las apariencias hacia afuera de mi carne, ya que hacia adentro el terror me carroñaba. Mi corazón era un contrabajo psicótico que no paraba su trabajo de abejorro denso dentro de una cavidad de caña, como un subwoofer desenconado que deshilachaba las fibras que mantenían unido mi ser con su baja frecuencia. Sabía que del primer momento en que mi cuerpo se perforase por ese sonido interno incontenible, delataría mi frágil presencia ante esa, valga la redundancia, “presencia maligna” que hizo callar al grillo, con un sonido de temor tan estruendoso que me contestarían todas las ballenas del océano frente a la casa. Me desvencijaba desperdiciando cada décima de segundo de oportunidad rumbo a la cobardía, de tomar la salida rápida al problema huyendo. Bump, Bump, Bump… y solo mi temor era Capitán de ese latir. Entendía bien de qué se trataba. Ese era el motivo que me había auto transportado cargando pertrechos, presuroso y desorganizado, desde mi amada ciudad, de mi departamento exclusivo, a una vieja casona de madera abandonada por mi familia en una playa vacía de vida… al menos por lo que creí en ese momento, despojada de seres terrestres. Lo que sucedió fue que una… digamos, en extremo hermosa covidiana, apareció detrás de la puerta mosquitera, que perdida y con carita de angustia parecía huir de nuestras férreas fuerzas de seguridad. – ¡Mantente lejos de mí! –le grité aterrado señalándola con el dedo índice derecho, mientras en mi mano izquierda sostenía un rociador cargado con agua oxigenada diluida. No disparaba bien con la izquierda, no me era natural, pero en ese momento circulaba el dato que eso los ahuyentaba, e ingenuo, muy ingenuo, creía que con eso me bastaría. La primera oleada de los covidianos para debilitarnos estaba a pleno. El ataque al corazón de nuestra “civilización” había sido certero y devastador. Esos malditos seres infectos con sus técnicas para dividirnos apenas habían levantado un dedo, una simple acción, una movida maestra de ajedrez con un ingenuo y simplón peón de ellos, nos colocó a nosotros mismos contra las cuerdas. Esperábamos la segunda ola de ataque para mayo, imaginábamos en lo pronto a sus grandes y pesadas máquinas caminar campos y ciudades aniquilando a los que quedáramos en pie… pero nada de eso ocurrió. Tal vez hubiese sido mejor que fuese de esa manera, aún suelo soñar con esa fantasía de batalla que nos hubiese unido como sociedad, no dividido, como nos sucedió, ya que las únicas máquinas que entraron a cazarnos fueron las nuestras, la de nuestros propios gobiernos y ejércitos. Como dije… una jugada militar y política maestra. –Tranquilo, baja eso por favor. No… no vengo a hacerte daño. Mira, tengo… tengo muchos alimentos –dijo ella señalando una mochila tensa y pesada–. Estoy huyendo, logré escapar y necesito esconderme un tiempo. Pensé que esta casona vieja de playa estaba vacía. – ¡Pues no lo está! ¡Verás que aquí estoy yo! –me coloqué la mascarilla que colgaba de mi cuello. Sus ojos eran dulces, color miel, y la tenue sonrisa de simpatía que apenas esbozó aflojó todo mi ser. ¡La muy maldita sabía lo que hacía! Me vio como presa, un pobre hombre solo, aislado, sin compañía. ¡Qué bajeza! –Solo necesito un lugar para esconderme hasta que todo pase –dijo mirando a diestra y siniestra. La playa estaba desierta y solo se escuchaban gaviotas y olas, pero como paradoja eso la exponía a simple vista no pudiendo ocultarse entre edificios o un grupo de personas. – ¿No estarás en tu etapa de “síndrome zombi”? –Soy asintomática. No siento deseos de contagiar… no soy como esos malditos que lamen mercaderías en supermercados. Soy responsable, solo busco aislarme. –Eso dicen todos los zombis hasta que muerden... –Tengo dinero, te daré dinero… –No toco billetes. –Te transferiré desde mi celular. –No podrás… internet está lento. Ya vete por favor –dije tomando valor y cerrando los ojos al levantar el rociador. Era demasiado linda y me iba a doler gatillarle en medio de la cara. – ¿Me echarás? Justo ahora que viene la noche. ¿Sabes lo que me harán si me encuentran los tuyos? –Sí. Te arrestarán como es debido. Nos pones en riesgo a todos. – ¿En medio de una playa frente al mar? –preguntó señalando hacia las olas–. No solo es eso… ¿no sabes lo que le sucede a la gente tomada? ¿lo que sucede allá afuera? Te persiguen con drones, te obligan a arrojarte al suelo, te esposan mientras te pisan la cabeza con tu cara contra el cemento y sus compañeros… te apuntan con armas recortadas y cargadas de cartuchos. Luego ante los insultos de la gente desde ventanas y balcones; nadie hace nada mientras te suben a un camión o patrullero para llevarte ante un juez, te levantan cargos, multas que no puedes pagar en esta situación, embargos e incautación de propiedades, y te exponen con escarnio y humillación en todos los noticieros y redes sociales –dijo al borde del llanto–. En otros países es peor, los ejércitos tienen permiso de matarnos como a terroristas con molotov en mano. –Si hubieran avisado que vendrían a nuestro planeta, les hubiésemos otorgado papeles legales, como una declaración jurada para poder transitar libremente y con condiciones. Pero decidieron invadirnos sin advertencia, sin piedad. –Existe un estado de derecho para circular libremente, no necesitamos declaraciones juradas a cambio de evitar persecución. Además… nosotros no los invadimos, fueron ustedes… ¡y para que lo sepas éste también es nuestro planeta y llegamos aquí antes que ustedes! – ¿Nosotros los invadimos? ¿Qué éste es también su planeta? –Nuestro planeta, COVID–19, fue tragado por su sol, toda la vida en él fue incinerada, del planeta solo quedó un peñasco calcinado, al igual que pasará con la Tierra en el futuro donde nada se salvará. Huimos en naves, y luego de millones de años de viajar por el espacio, nuestra vieja y deteriorada nave perdió rumbo y maniobrabilidad. Al ver en las proyecciones de navegación que la Tierra nos atraparía con su gravedad, los ingenieros genéticos de nuestra especie lograron mutarnos para sobrevivir al fuerte impacto y a las duras condiciones del nuevo planeta. Nuestra especie logró adaptarse como virus, y habitamos en otros seres vivos como espíritus en lo profundo de las selvas durante millones de años sin cruzarnos con ustedes. Eso hasta que llegaron a nuestra zona frondosa e inaccesible, con sus sistemas de tala automática, con la recolección voraz de la vida silvestre que nos cobijó y nos dio un hábitat hogar. Invadieron nuestro mundo… y allí nuestras especies se cruzaron. En shock por lo que oía, permanecí en silencio unos momentos. Era una información bastante fuerte para ser asimilada, así como así. Tenía coherencia en mucho de lo que decía, la invasión de ecosistemas, que eran una especie anterior, que nosotros los invadimos. Un poco descabellado lo de la nave y la mutación de la especie. Dudé, racionalmente tenía derecho a hacerlo. Traté de resistirme meneando la cabeza en estado de abstracción, en esos segundos ella intentó avanzar abriendo la mosquitera. – ¡Ohhh, ho, ho! ¡Quieta allí! ¿Acaso crees que voy a creerme esa patraña? –dije asustado tomando el teléfono fijo inalámbrico con discado rápido de emergencias. Estaba dispuesto a denunciarla y que vengan por ella. – ¡No por favor! ¡No lo hagas! –exclamó con cara de horror. – ¡¿Acaso crees que soy un maldito traidor a mi especie… –De acuerdo, me iré –dijo apesadumbrada volviendo unos pasos atrás y tomando la pesada mochila con alimentos. Dio media vuelta, cargó trabajosa su pesada mochila y sin decir más caminó hacia la escalera que bajaba de la galería de ingreso de la casa de playa sobre pilotes. Salí empujando la mosquitera que ella tocó con la punta de mi pie para ver cómo se alejaba. El sensor de movimientos del reflector exterior la iluminó mientras el viento en los médanos la sacudía con una fina y áspera arena, su hermosa cabellera rubia se enredó, y caminó hasta que la luz no la demarcó más hundiéndose con el calzado por su propio peso. El disco de Ra se había ido del horizonte marino hacía buen rato, y al naranja del ocaso lo reemplazó un celeste cada vez más azul con el clásico salpicar de estrellas en locaciones marinas lejos de las luces citadinas. Las miré, pensé de cuál de todas ellas vendría su especie, cuál sería la que tragó toda la vida de su planeta. Eso me derivó por ramas de pensamientos diversos hasta dar con planteos de derechos civiles y supervivencia de especies. ¿Cuál le importaba más al Universo? ¿Supervivencia o derechos? Me invadió un temor vacío, sentí caer profundo y descontrolado en algo más grande, no podía entenderlo… ¿qué era? Era ateo, así que no era temor a Dios; era libertario, no entonces a la opinión de la sociedad… ni siquiera era temor a perder la vida, sino como sentía el vacío de ella, de vida. Me sentí mal como pocas veces, jamás actué así con ser humano alguno. ¿Qué me cambió? ¿Las noticias? ¿El miedo al contagio? ¿A cuál de los dos contagios debería temer más? ¿Cuál históricamente era más peligroso? ¡¿En qué me había convertido?! Estaba claro, me había convertido en lo que más odiaba y temía morir validando en mí un modo de vida así. Volví al interior debatido y disparando agua oxigenada al tirador de la mosquitera que ella había tocado al intentar entrar. Me introduje en mi nuevo modo de vida solitaria, pero en realidad yo no entendía que mi conciencia iba corriendo tras ella. Caminé en círculos por la planta baja. Hablé solo en voz alta dentro de la mascarilla. La casa era grande, había habitaciones en la planta baja y dos en la planta alta. Dos baños. Le pediría que se encierre en las de la planta alta, y si violaba la cuarentena solo debía encerrarme. ¡Claro! ¡Si temía a enfermarme, si temía a que ella rompa la cuarentena y divague, solo debía encerrarme bajo siete llaves! Había espacio en la casa suficiente para vivir nuestras vidas por separado. Yo temeroso y encerrado, no me contagiaría y si ella necesitaba correr riesgo ante una crisis, era libre. Tomé una linternita y salté a la noche exterior de a dos escalones para adentrarme en los médanos en dirección a la ruta cercana. Corrí agitándome en la arena y subiendo una duna traté de ver lo imposible en la oscuridad de la noche. Apenas veía mi mano delante de mi cara si apagaba la linternita. No me había dicho su nombre, así que grité… –¡¡Covidiana!! –grité en una dirección–. ¡¡Covidiana!! –en otra dirección. Me quité la mascarilla y volví a gritar su gentilicio un par de veces más. Vi luces de drones en el cielo y luces en la carretera. No era normal en esta zona. Entendí que la buscaban. Los detectives en enfermedades iban tras ella. Debieron intervenir su teléfono móvil. Corrí hacia las luces de la ruta y al ver los vehículos militares me tiré al suelo detrás de un montículo de arena. Los camiones iban y venían cargados de personas detenidas por violar la cuarentena y otros directo a los centros de salud, definitivamente era una actividad inusual. La atraparían en lo pronto ya que era imposible deambular sin ser detectado. De pronto un chistar cercano me hizo girar. Era ella arrojada al suelo a escasos metros míos. – ¿Qué haces aquí? –susurró. –Vine a buscarte. – ¿Para qué? –preguntó curiosa–. ¿Te faltó desinfectarme con el rociador que tienes en la mano? –No te hagas la graciosa. Es una situación muy loca… digo, todo esto. Mira si vienes a casa te daré la planta alta, pero no podrás bajar, ni caminar por ahí. Quedarás confinada arriba hasta que la cuarentena pase. ¿Entiendes? –Dalo por hecho. Gracias –asintió. –Ah y otra cosa… espero que los de tu especie no se sientan discriminados si desinfectan demasiado tras de ustedes. Volvimos manteniendo una distancia considerable. Ella siempre detrás de mí no solo por seguridad, sino porque su mochila pesaba demasiado para una mujer menuda. Eso la retrasaba. Entré primero y unos segundos después llegó ella. Le obligué a quitarse el calzado y sus medias para luego dejarlo bien alejado del umbral. Previo a entrar le tiré un baldazo con agua clorada a sus pies. Le molestó que le pidiera que no se secara para dejar actuar al cloro. Al entrar miró todo, dio una amplia ojeada a cada detalle de la casa. Miró la escalera que daba a las habitaciones de arriba. –Bien. Ve –le dije metiéndole prisa a su exposición que me exponía–. Toma la habitación de arriba que te guste. Y recuerda mantener ventilado. Subió las escaleras, definitivamente ella era hermosa como pocas veces vi. El resto de la noche estuve despierto. Tener un ser desconocido poseso por un alienígena en tu casa te vuelve paranoico, sobre todo si después de invitarlo uno se da cuenta que la habitación de uno no cierra con llave. Escuchaba sus pasos caminar por el entablonado de madera y el sonido de la vieja cama crujiente que tomó en la planta alta. Trataba de distinguir los sonidos para ver si la escuchaba dar pasos descendiendo por la escalera. Con bajar solo dos escalones, ¡Pum! Estaría de patitas en la calle. Mi casa, mis reglas. Pero los sonidos que provenían estaban dentro de lo acordado… su dormitorio, el baño de arriba, los postigos de las ventanas… Tipo 4 am no podía más. Me ardían los ojos por sueño y una película que no cargaba por la velocidad de la red me venció por Knock Out. Desperté muy tarde y habiendo olvidado completamente que no estaba solo. Caminé dormido hasta el baño y al salir sentí olor a tostadas y café. Toda la realidad volvió a mi mente y enfurecido di dos saltos–pasos a la cocina. No había nadie allí, todo estaba en orden y nadie había movido un solo utensilio contaminándolo. Tal vez esté siendo demasiado duro conmigo, pensé hacia adentro. Miré arriba y su puerta se encontraba cerrada. Imaginé que en su mochila llevaría algún calentador de campamento, el olor de las tostadas con café era inconfundible, a tal punto que invitaba a subir. La escuché cantar. Su dulce voz superaba el amansar del romper de las olas, cortaba la monotonía del silencio mañanero con tal calidez que cerré los ojos por un momento para disfrutarla. Me molesté cuando paró de cantar… y luego me molesté más por haberme molestado, ya que llegado en mí caí en cuenta que ese ser era tan peligroso como sirena a marinero calentón. Me fui a la cocina y preparé mi propio desayuno un tanto ofuscado por casi caer ingenuo. El ruido me delató y su puerta se abrió. Ella apareció en el último escalón ligera de ropa. – ¡Hola! ¡Buen día! –dijo sonriente. –Buen día –correspondí–. ¿Has dormido bien? –Sí, de maravillas –dijo balanceándose juguetona con sus brazos contra el barandal de arriba–. Es un día hermoso, el amanecer, el mar allá afuera, las aves… Entendí que pretendía convencerme de salir. Sus técnicas de control mental no servían conmigo. Había estado a punto de caer unos minutos atrás, pero ahora estaba bien despierto con mis sentidos alertas. –Sabes que no podemos salir. Estamos de cuarentena –le dije parco mientras filtraba café–. Es riesgoso para ambos. Te podrían detectar y a mí llevar en cuarentena por estar cerca de ti. – ¿Acaso te dije que pretendía salir? –preguntó molesta. –No. Solo te recuerdo. Entiendo que es tentador salir a caminar por la orilla de mar en una playa desierta... y supuse… –Supusiste mal. Mantuvimos silencio, pero ella no se movió del lugar. Seguía allí mirándome disimuladamente, como que solo estaba allí y punto. Preocupado por su actitud me senté en la mesa cerca del hogar a leña, el fuego se había apagado y no había brasas con cual remontar la fogata. Pero no era por eso que me senté allí. El atizador de fuego estaba cerca y ante cualquier intento de agresión respondería de la misma manera. Luego de un par de sorbos a mi café se sentó en el último escalón incomodándome a la visión. Apoyó la cabeza contra los balustres de la baranda de la escalera y comenzó aburrida a seguirles el contorno del labrado con las manos. Me puse en pie para dejar el plato y la taza en la cocina y le pedí por favor que no manosee tanto todo. Le arrojé un rociador con desinfectante para que pase por todo lo que fuese a tocar y lo tocado que recuerde. Me miró un tanto seria, enojada. Luego comprendí que arrojarle un recipiente con veneno a sus manos era un insulto a su especie. Le pedí perdón. – ¡¿Sabes algo gracioso?! –me preguntó cambiando el semblante a lo risueño–. No nos presentamos, no sabemos nuestros nombres. ¡Ja, Ja! –estalló en risas increíbles. –Es verdad –le contesté de igual manera–. John –dije llevándome una mano al pecho en señal de sinceridad. –Bien… lo mío es más complicado. No recuerdo mi nombre de covidiana, nadie lo hace al despertar después de millones de años… pero puedo decirte el de la chica que tomé. Es Marian –reveló–. Ella tiene un negocio en un centro comercial que no puede abrir por la cuarentena, y por lo que veo aquí dentro ya quebró económicamente. –Oh. Qué situación triste. Lamento oírlo. –No es mi problema –se encogió de hombros–. ¿Y tú cómo tienes esta casa? –preguntó curiosa. –Era de mis abuelos. Veníamos en las vacaciones familiares de verano. Tengo bonitos recuerdos de aquí. Al final alguien muere, otros se pelean, los años pasan y como en muchas familias la casa queda olvidada. Hasta ahora. –Es bonita, cálida. –Lo es. –Ese porche es ideal para ver el mar tomando unas cervezas –sonreí al entender que era una sugestiva propuesta de bajas intenciones. Se lo hice notar. Los días pasaron así. Hablamos mucho, ella desde arriba y yo desde abajo. Cada tanto le asistía con algún faltante. Le arrojaba a la planta alta agua, condimentos, alimentos, productos de higiene… Jugábamos a las cartas y nos contábamos nuestras vidas. Cuando ya no había mucho que decir contábamos historias y relatos impensados. Cada detalle del lugar como una foto en un marco o un pisapapeles había narrado sus secretos. Todo sabía de mí, y yo, completamente enamorado sabía todo de ella. Y así poco a poco día tras día me contaba una historia sentada un peldaño más abajo, mientras yo, ingenuo de defensas bajas, me sentaba uno más arriba. Al décimo día no pudimos más, solo nos separaban dos escalones y dos barbijos que fueron saltados y arrancados por la pasión. Al doceavo día nuestras especies eran una construcción de pasión que lo compartía todo desnudos y en llamas… y al decimotercero todo lo nuestro se derrumbó con el estrépito de una tosecita. Quedamos ambos inmóviles. Marian había tosido de manera súbita, jamás la había oído toser desde su llegada, intentó justificar que había tomado aire frío, que era alergia estacional, que su especie no resiste tantos químicos en el aire. Pero por la tarde la tos era incontenible y yo estaba aterrado y comprometido. Mi cabeza era un tambor… ¿Qué hice? ¿En qué momento me relajé, creí que todo esto era gracioso? ¿Fui irresponsable? ¿Debí denunciarla con urgencia? ¿Me suicidé por debilidad civil, o por amor? Finalmente hice esa llamada a sus espaldas, no dije que sabía que ella huía. Simplemente dije que ambos estábamos tomados. No hubo más preguntas, noté la voz cansada del operador del otro lado de la línea de socorro. Los vehículos de emergencia se amontonaron en la ruta próxima a la casa y con camillas presurizadas nos llevaron a través de médanos hasta la ambulancia. Les agradecí a todos, se expusieron de una manera distinta a la mía, con responsabilidad hipocrática de héroes anónimos, pero no estoy seguro de que me hayan escuchado por la mascarilla de oxígeno que llevaba puesta. Y ese momento también fue la última vez que vi a la covidiana, ajena a nuestra sociedad. En ese estado me era difícil razonar, conmocionado no sentía pensamiento equilibrado. Como ser social entendía que un virus quebró el estado de derecho de la sociedad, como individuo aislado que quiso hacer la suya… simplemente me moría. ¿Qué valía más? ¿Cómo se equilibraba esto? Había roto la unidad del equipo social, era un delantero que no daba pases y quería la pelota solo para él; muy creído de ser el mejor. Yo sobreviví, no tuve tumba donde descargarme y por ello siempre me sentí culpable. Ella venía adelantada en el proceso. Aun así, sigo con muchas preguntas internas… entendí que fue libre y que así murió, que fue irresponsable en una locura donde la más mínima acción se vuelve inconmensurable, exponencial… ¿cómo culpar en esto a una mente acostumbrada a la libertad, de poca educación por falta de oportunidades, o que carga esa rebeldía de la juventud?; que además me amó y me mató una vez y media, con su partida y mi daño pulmonar permanente. Me dejó algo en qué pensar… Si al Universo le importa más la supervivencia que los derechos civiles. ¿Qué nos importa más a los humanos? Seguro que, universalmente, compartimos ese mismo pensamiento con él. Cuídese… y manténgase dentro de lo máximo posible en cuarentena. Fin. G.G. Melies


10 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

Aún.

bottom of page