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  • Foto del escritorG.G Melies

Homínidos.

Actualizado: 17 jun 2020

–¡Homínidos!… eso es lo que son, homínidos. No te preocupes hijo, Seguridad vendrá en un momento.

–Pero… ¿por qué el robot ayuda a ese indigente papá?

–Es una máquina antigua, su programación es anticuada, de más de cien o tal vez doscientos años.

–¿Dónde está su dueño?

–No lo tiene.

–¿No lo tiene?

–No. Verás, su dueño habrá muerto, posiblemente sin hijos o quizás a estos no les interesó guardarlo. Este tipo de máquinas ya no tienen valor.

–¿Nada de valor, no pueden reprogramarse?

–No. Sus memorias son pequeñas apenas unos cientos de teras… no puedes meter los vastos programas actuales allí.

–¿Y venderlos como chatarra?... algo deben valer.

–Hijo… cuantas preguntas. No, tienen mucho plástico, está prohibido su reciclado, no es biodegradable. Y como te dije muchos no tienen dueño, deambulan solos como parias. Algunos parientes de los dueños difuntos simplemente abren las puertas y les piden que se retiren y no vuelvan nunca más… que se vayan o que caminen al basurero.

–¿De dónde sacan repuestos? ¿Quién los mantiene?

–Se mantienen solos, con chatarra que obtienen por allí, o de otros como ellos, caídos, descompuestos.

–¡¿Se quitan las partes como caníbales?!

–No, no… sucede algo curioso, al parecer esos viejos programas… los caídos sin posibilidades ceden sus partes voluntariamente, advierten su incapacidad de seguir y donan la mayor parte de sus componentes. Curioso.

–Realmente curioso, una programación extraña.

–Son muy antiguos, no entienden la realidad actual, sus leyes básicas son caducas.

–Viven como perdidos, como el abuelo previo a que tuviéramos que llevarlo a su eutanasia.

–Exacto algo parecido, y como el abuelo también cargan con sus miles de recuerdos inútiles.

El vehículo siguió su camino, avanzando a través de la ciudad, solo el sonido de la lluvia golpeando el parabrisas llenaba el silencio del habitáculo. No es común hablar tanto en esta nueva sociedad… aunque al niño, muy inteligente, por cierto, le siguió inquietando algo sin responder…

–Papá; ¿pero por qué el robot ayudaba a ese señor tirado?

–No estás siendo analítico, como te enseña tu maestro robot tutor hogareño, ¿escuchaste lo que te dije… que son máquinas antiguas?

–Lo escuché perfectamente Papá.

–Entonces deberías entender y razonar que esos programas, los de esos robots, se diseñaron antes de que descubramos el estorbo de nuestras cortezas cerebrales, y ellos responden a programadores antiguos que sufrían las dolencias y emociones de sus cortezas. Sufren misericordia, piedad, compasión, angustia y un sin número de dolencias que la humanidad dejó atrás cuando nuestras emociones nos retrasaban en nuestros objetivos.

–Entonces ayudan porque la gente antes hacía eso.

–Exacto.

–Pero, ¿quién pide ayuda hoy? ¿lo habrá estado ayudando por propia voluntad?

–Quizás, pero no creo que sea eso. Ese hombre mayor es un indigente, suelen pedir ayuda, no logran nada por su cuenta. No tienen capacidades porque no fueron programados genéticamente al nacer, cargan enfermedades congénitas, están fuera del sistema de salud, y por supuesto aún sufren sus cortezas activadas, son sus propias víctimas. Son prácticamente homínidos.

El niño pensó en la racional respuesta de su padre y no dudo ni un segundo, debido a la confianza de la procedencia de la respuesta.

–Veo que solo se tienen el uno al otro. Tienes razón papá... no hay nada que podamos aprender de ellos.


G.G. Melies.


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